
Juego de tronos, una reina, algunas princesas y un guisante. Un título ciertamente curioso el del libro que nos presenta Lorena; un título, diríamos, como de cuento. Y es que en esta obra se combinan de modo productivo, como en la caldero de las brujas, ingredientes literarios de índole diversa: por un lado el conocimiento técnico de la autora, médica especializada en cardiología y número uno de su promoción: ahí es nada; a esto, habría que sumar un componente de testimonio autobiográfico que es, por decirlo de algún modo, el alcaloide del libro, su punto generatriz y, también, algunas tiras de buena poesía y un puñado de cuentos, con su pequeño mundo tras el cristal y su moraleja.
Lorena parte en esta obra de su problema de intestino irritable, un problema que data de su niñez, para hacer comprender al lector que la salud es un elemento que implica al cuerpo no menos que al alma, y que un alma enferma es el camino expedito para la enfermedad. La falta de autoestima, la mala conciencia, el convivir a la fuerza con personas que en el fuero íntimo repudiamos, pero con las cuales creemos tener un débito moral o una ventaja material; todo esto pone la salud a los pies de los caballos: el alma sufre y este sufrimiento se expresa somáticamente, es decir, en el cuerpo, y a veces, atiborrarse de pastillas no es la panacea.
La visión de la medicina de Lorena tiene una sólida raíz antropológica, es decir, ella no concibe al ser humano como una especie de muñeco articulado, como lo hiciere su compañero de profesión, Jules de la Mettrie, hace casi tres siglos: un mero mecanismo compuesto de piezas que se pueden poner y quitar al capricho, puro material operativo, sin trascendencia, sin contenido más allá de ese conjunto de piel, huesos y vísceras. Esto es para mí, mirar el mundo por el ojo de la cerradura, poner el carro de los bueyes y malcomprender la esencia humana; harían bien en leer a Pico della Mirándola, a Marsilio Ficino, harían bien, ya tomando a cuenta autores contemporáneos, en leer ciertas críticas a la medicina moderna de Paul Feyerabend o Iván Illich, o, por qué no, darse una vuelta por la Miseria del especialismo, del ínclito Ortega.
Una comprensión holística del hombre, esto restalla en el fondo del discurso de Lorena y, por lo tanto, una medicina, también, que entienda que detrás de cada cuerpo hay algo intangible, algo que subyace, y que si ese algo padece, el cuerpo lo expresa mediante lo que conocemos como “enfermedad”. Que este libro tenga poesía, que alterne la voz de la fábula con la explicación científica me parece en todo punto congruente con la posición de la que parte. Es un libro para entendernos a nosotros mismos, para comprender por qué nos pasan ciertas cosas y cuáles puedan ser lo caminos que nos conduzcan a la solución, o cuanto menos a un armisticio. La autora ha transitado este camino haciendo de pionera en la búsqueda de una nueva patria para sí misma y sabe de lo que habla. Con su obra pretende ahorrarnos tiempo y quebraderos de cabeza, advirtiéndonos sobre las direcciones estériles y los cantos de sirena, pero conste que, en este asunto el vivir, la última palabra la tiene cada cual, y nadie puede evadir la responsabilidad de tomar su vida por las riendas y convertirla realmente en un destino, es decir, en algo propio, ajustado como una buena prenda, y querido.
Para ello tenemos que quitarnos todas esas máscaras que usamos en la platea social y que a menudo se nos quedan pegadas a la cara, alcanzar, tras las apariencias, el ser, y entender que todo en el fondo tiene un sentido, aunque sea trágico, y que hay una música de fondo que engloba a todo lo que existe. Lorena nos muestra el camino a lo esencial, y a partir de lo esencial, entonces sí, se puede construir con la seguridad de que esa casa no se nos viene al suelo a poco que sople el viento. Autoexigirse está bien, pero la autoexigencia neurótica desequilibra y es mala, el amor está bien, pero que sea un amor desde la fuerza, desde la seguridad, no desde el hueco, desde la carencia; un amor resoluto y energético, no un amor menesteroso y que pordiosea. Lo primero es encontrar nuestro propio centro, luego ya podemos ofrecernos a los demás con total garantía. Las emociones son la base del comportamiento humano; no importa que después se racionalicen, se vistan con ropajes científicos y pretendan lucir bajo soles ajenos. Tener pues un sistema de emociones balanceado, purgado de venenos, es la premisa básica para que nuestra salud mejore. Encuentre en su vida el sentido y la dirección, que lo demás viene de suyo, y todo cuanto acaezca no moverá un ápice las raíces de ese árbol que llega hasta la roca viva, y entonces la confianza y la alegría sustituirás al miedo. Me viene ahora a la cabeza aquel dicho de Nietzsche: yo solo creo en dioses que sepan danzar; creo que a la autora le sucede lo mismo. Lean Juego de tronos, una reina, algunas princesas y un guisante, que este plato les será de buen provecho, pero al guisante, por favor no se lo coman, guárdenlo en el caja de resonancia de su pecho, para que desde allí se proyecte al mundo, tomando a cada cosa su medida y su peso, verdaderos.
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