
Decía Ernesto Sábato que, en literatura, había que atreverse a hacer algo grande. Juanjo Moral ha tomado el guante del espléndido escritor argentino e inicia su singladura en este, el apasionante mundo de las letras, con una apuesta singular, atrevida y de un tamaño más que considerable: nada menos que una novela de quinientas páginas. Para un autor primerizo, una obra de semejantes dimensiones plantea siempre una serie de problemáticas cuya respuesta lleva tiempo y trabajo en cantidades ingentes, y cuyo resultado nunca puede darse como seguro. Hay que dar cohesión a la estructura, solidez a la trama, mantener la tensión del lector sin acogotarle; es decir, dándole un respiro de vez en cuando, contrapunteando con tino los diferentes capítulos, dotando de equilibro al elenco de personajes, insuflando ritmo a la progresión de las páginas y asegurándonos de que el voltaje literario no caiga por debajo de ciertas cotas, etcétera. Afortunadamente, podemos decir que el autor ha solventado con holgura estos puntos y la novela presenta una ejecución y un apresto más que notables; ciertamente Juanjo puede sentirse orgulloso del libro y mirar atrás con la satisfacción del trabajo bien hecho; y adelante con la ilusión de un trabajo que todavía queda por hacer, puesto que ahora hay que trasladar la obra al público; que suene, que reverberen sus páginas y que su vida sea de provecho larga.
En cuanto a la temática, Vencer en tierra de espías presenta una combinación original de intriga (en el contexto de la Guerra Fría con sus maquiavélicos y omnipresentes Servicios de Inteligencia); y ciclismo, concretamente la Carrera de la Paz, la competición más importante que se celebraba tras el Telón de Acero y que por aquel entonces tenía un aura mítica. He de decir que se agradece sobremanera este transitar por paisajes literarios que no están gastados hasta la náusea. La frescura temática es rara y nos introduce en maridajes, si no inéditos, al menos con mucho campo por roturar, donde nuevos granos nos esperan.
Esta obra gustará especialmente a los amantes del ciclismo de antaño y a todos aquellos que tengan entre sus géneros favoritos a las novelas de espías, también a quienes sientan una nostalgia poética de los tiempos, qué lejanos parecen ya, en que el mundo estaba dividido básicamente en dos bloques liderados respectivamente por USA y la difunta Unión Soviética; las dos superpotencias que emergieron tras el aquelarre de la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo que, cuando era niño, me gustaba arrebujarme en una esquina de la biblioteca familiar para hojear esos libros de divulgación marxista que todavía tenían algún crédito por aquel entonces, plagados de fotografías que mostraban un mundo en gran parte desconocido, no digo mejor, no, simplemente diferente, y es esa diferencia la que permitía el juego de la mente, saltando sobre los contrastes, yendo y viniendo en un movimiento de péndulo, propicio a la ensoñación. La vida al otro lado del Muro nunca dejó de tener cierto poder seductor, al menos hasta que todos los trapos sucios se pusieron encima de la mesa y el sistema colapsó como un castillo de naipes al que se le da un puntapié.
¿Qué hay en la cazuela literaria de Juanjo? Hay acción; hay un sano ejercicio de la memoria; hay intriga; hay juegos psicológicos que rayan en una angustia que es como respirar por hueco de una caña; hay heridas sin cicatrizar a la espera de su bálsamo; hay conflicto pero también amistad, tipos turbios pero también sentimientos entrañables. Y también un ciclismo épico, en carne viva, que Juanjo nos traslada de manera magistral, como si realmente estuviéramos en el coche de la selección española, junto a Ramón Ibarburu y Max Werner, viendo a aquellos españolitos que hicieron gala de su coraje y dieron el do de pecho por las carreteras de la Europa del Este, allá por el año 1975, sorprendiendo a propios y extraños.
Móntense en la bicicleta y den pedales, y en la medida de lo posible no presten atención al tipo de la gabardina que les mira con gesto patibulario. La vida y la identidad de un hombre están en juego. Veremos cómo acaba esta aventura. Quinientas páginas no son nada cuando la prosa fluye, las emociones afloran y el tema engancha.
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