Nuna, una mujer joven, de piel pegada, pechos caídos y melena larga, fina y encrespada, recién escapada de un hombre con el que vivía en Mex Medius, busca cobijo. Es todo lo que sabe. Si busca algo más, en ese momento no puede saberlo. Pero los sueños sabían. Y los sueños hablaron.
Cuando abre los ojos, advierte que la casa familiar a la que ha regresado no solo no es cobijo sino que es, además, fuente de sufrimiento.
Va entonces hacia la Espiral. En la entrada de La Espiral ve una inscripción: La Fuerza no es sino Dolor amarrado, con Disciplina. Y ella, que quiere ser fuerte, decide que amarrará su dolor.
Allí aparecen Erida y Zileva, una presencia hecha de un no sé qué incontestable, y decide quedarse. Entre corredores inexistentes y húmedos, de piedras silentes y amenazadoras, la relación con ellos y las danzas que le proponen serán los detonantes que activen en su
memoria los recuerdos de una vida familiar que le duele, para poder llegar, después de atravesar la soledad más radical, a comprenderse y a comprender, a amarse y a amar.