Seis Brujas como seis lunas señorean sobre el Horizonte Arquero, el horizonte de quienes, con el corazón palpitante y los ojos trémulos, disparan una flecha flamígera más allá del tiempo presente, hacia un futuro que pertenece en parte al mundo de las ideas, en parte al anhelo de que las piezas de la vida puedan componerse con sentido y en un orden justo, sin que unas desmerezcan a las otras.
Seis historias de mujeres de edad y condición diversa, como diverso es el mundo, pero con un mismo propósito: construir una vida donde cada cual pueda ser quien es, en respeto mutuo y arrimando el codo para que nadie se quede cual papel volandero, tragando el relente en una cuneta. Pero esa vida no nos viene regalada, hay que lucharla sin miedo y con una voluntad inquebrantable; porque vivir es resistir; vivir es una porfía constante por la propia identidad; vivir es levantar los ojos hacia las estrellas y no llevar la testuz contra el suelo. Vivir en la verdad, vivir de verdad, no es para cobardes. La mansedumbre ha sido siempre el paraíso del tirano y estas seis mujeres que pueblan las páginas del libro de Iris son la antítesis de cualquier tiranía, de toda imposición monolítica, de toda voz monocorde, de las distribuciones de etiquetas y sambenitos, de todo aquello que pretenda meter la amplitud inconmensurable del mundo por el ojo de la cerradura y aplicar la horma estrecha a un espíritu que, como una supernova, necesita de una perpetua expansión.
Mujeres de carácter, con fantasía, con magia, porque la magia es creer de una forma inexpugnable que las cosas serán mañana diferentes y mejores que hoy, y poner en liza toda nuestra fuerza para que así sea; nunca dar una guerra por perdida hasta que se hayan agotado todas las cartas, y aun cuando se agoten, levantar el mentón y volver una y otra vez a la batalla para dar testimonio de que este fuego, el del anhelo de algo más bello, es eterno y no hay bota que lo extinga.
La magia es un elemento fundamental en Seis Brujas, pero, qué es la magia; yo diría que magia es la restauración del principio de justicia cósmica, es sonreír frente a la adversidad: cerrar la mirilla del yelmo, lanza en ristre, calzar las espuelas y disponerse a vencerla. Seis mujeres que son brujas porque, todos aquellos que han escogido la senda propia y viajan a contracorriente, han sido siempre tildados de nigromantes, brujas, herejes, semilla a erradicar. Pero esa semilla se vale del ejemplo y nada puede ya detener al árbol de ramas innumerables que sale de ese gesto que antaño fue de pocas y hoy es multitud. Nunca la soledad fue tan fecunda. Nunca tan pocas movieron tanto.
En lo que a mí respecta, Iris Borda, la autora de Seis Brujas, es la imagen más cuajada del feminismo de última generación, un feminismo combativo pero lleno de sentimiento, de fantasía, un feminismo que como aquel Dios en el que creía el Zaratustra de Nietzsche, no solo emite mandamientos, sino que sabe danzar. Un feminismo con donosura, con alegría, un feminismo rutilante y generoso que pretende restablecer en sus justos términos las relaciones humanas. Que los derechos sean ecuánimes y la vida un ámbito de posibilidades para el desarrollo tanto de hombres como de mujeres, sin medrar unos a costa de los otros, sin que unos prevalezcan y otros acaten. No. Que haya respeto, dignidad y que la mujer sea lo que siempre fue: la otra cara de la moneda, con idéntico valor, pues o queremos ambas caras o renunciamos a la moneda, es decir, renunciamos a nuestra humanidad. Un feminismo eléctrico y divertido, como lo es Iris, con un rostro beligerante y serio cuando procede, pero también solícito y amable.
Seis Brujas es una obra de fantasía en el sentido más profundo del término; es una obra feminista; es una obra hedonista y por ende concebida para la ensoñación y el disfrute; y es, también, un libro de combate. Bien escrito, cosa fundamental, porque sin una forma adecuada, que fluya como agua, que suene como música, cualquier idea por buena que pareciere en primera instancia se ve malbaratada.
Las grandes ideas se asimilan muchas veces mejor a través de la literatura de ficción que del ensayo, porque la ficción apela no solamente al lado cerebral, sino al sistema de las emociones, que es en el ser humano lo básico, y no se ve constreñida por el dato, con lo cual obra con más libertad, mostrando la realidad de la vida no a través del concepto, sino del relato, de la imagen, sin ínfulas de academia, de un modo oblicuo y por ello doblemente efectivo.
Para mí, tener a Iris en Estrella del Norte es un honor; me quito el sombrero frente a su energía y su talento. Que sus brujas y la Stella Polaris guíen a las mujeres cuando naveguen por mares procelosos rumbo al reconocimiento de que nunca hubo uno sin dos. Y que todas estuvieron allí, obrando en este mundo con igual dignidad y valía, aunque demasiado a menudo desde las sombras. Pero ese mundo de sombra para unas y luz para otros, terminó. Y el mérito de todo ello lo tuvieron, lo tiene, lo tendrán, las brujas, seis o seiscientas, que nunca mostraron conformidad frente a ninguna forma de yugo. Ser mujer es un acto continuo de rebelión.
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