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Amores mínimos

Pilar García Elegido, quien luce en sus estanterías un Goya al mejor cortometraje documental, nos presenta Amores mínimos, un libro de relatos, con algún poema intercalado, que es un deleite administrado en pequeñas dosis, utilizando, no fórmulas químicas, sino la magia combinatoria de las palabras. Mínimos por lo relativamente escueto de su extensión, pero enormes en cuanto a la profundidad de sentimientos que involucran y al juego que ofrecen al lector.

Los libros de relatos no suelen tener mucho predicamento entre la comunidad lectora, tal vez por esa bulimia consumista tan propia de la época que impele a consumir grandes cantidades de papel obviando la pobreza de contenidos; mi opinión sobre este punto va por otros derroteros: aunque he sido un lector voraz de novelas, incluidas novelas de dimensiones ciclópeas (sirvan como botón de muestra El Don apacible, de Sholojov, o Los Thibault, de Roger Martin du Gard) cada día me gustan más los libros de relatos, e incluso entiendo que este formato de literatura en píldoras se adapta mejor a la vida moderna que la novela, ya que la vida moderna es en esencia velocidad, tiempo comprimido, y el relato permite un contrapunto eficaz sin dejar el texto en suspenso. Lo mismo si se lee en la cama que en el metro, en la parada del autobús o en una sala de espera, ofrece, digámoslo así, lo máximo por lo mínimo, y siempre de un modo completo.

El libro de Pilar, como puede inferirse del título, trata sobre ese animal multiforme, bellísimo y a veces terrible: el Amor, sí, con A mayúscula y las patas bien hincadas en la tierra (como esa torre Eiffel que es pieza capital en uno de sus relatos), pero el vértice siempre mirando al cielo; el conector por antonomasia, pues es la base de todo. Hay cuatro experiencias que constituyen al hombre, es decir, que lo diferencian de otras especies, estas son: el amor, la fruición estética, la moral y el sentir metafísico, pero en última instancia todas pueden reducirse al amor, que es sobre el tablero de la vida, la apertura maestra.

Amores mínimos nos muestra a través de una serie de historias diversas lo que es ese anhelo, esa hambre, esa nostalgia de volver a la plenitud del origen; nos cuenta acerca de sus penurias, sus peripecias y su apoteosis, pues el amor casi siempre llega cuando menos se lo espera, tras haber sufrido ciento y una vicisitudes, como una carambola inusitada que se nos resiste. El amor: una pulsión fáustica, la convergencia de lo infinito y lo concreto, la auténtica religión más allá de los símbolos, los credos y los dogmas. Leer Amores mínimos es un viaje a la intimidad; cada relato pudiera verse como el fotograma de una gran película o el abalorio de un hermoso collar que es en mismo un círculo perfecto. Leyendo esta obra, uno abandona por un rato la balumba de la vida cotidiana y reconecta con su esencia, y se deja llevar por esas historias que actúan a modo de bálsamo, de recordatorio, historias cotidianas que rozan por momentos lo sublime y que ralentizan el curso de las cosas y, en el mejor sentido, nos ablandan. Este es un libro para tomar en pequeños sorbos, un alcaloide poético, un motivo tanto para la fruición como para la reflexión. Cuando lo leo, imagino a la autora en uno de sus numerosos desplazamientos, mirando el paisaje, mirándose, a través de la ventana de un tren que es la propia vida, con su maravilla y su misterio.

Lean Amores mínimos: un mundo inagotable en dos palabras.

 
 
 

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