Pedro Martínez nos presenta su segunda novela: La mirada del perro. El título, y lo mismo se predica de la portada, alude al famoso fresco “Perro semihundido”, perteneciente a la serie negra que adornaba las paredes de su quinta a las afueras, entonces, de Madrid, la llamada “Quinta del sordo”, y que ahora, trasladado a lienzo, figura entre lo más selecto de las colecciones del Museo del Prado.
¿Qué o a quién mira ese perro? Esta es la pregunta que se hace uno de los protagonistas de la novela. Y solo hay una respuesta segura: a algo que está más allá del campo de visión del espectador, a algo que solamente puede imaginarse. Y este elemento azaroso, especulativo y un punto rocambolesco, permea las páginas de la novela de Pedro de principio a fin. ¿Cuándo puede darse un acto por concluso en sus consecuencias? Imposible de saber, hechos aparentemente fenecidos hace décadas, pueden explotarnos sin previo aviso en la cara merced a circunstancias sobrevenidas sobre las cuales no tenemos el más mínimo control.
La mirada del perro es una novela de corte negro-policiaco, con tipos humanos confusos, atormentados, ambientes turbios, un coche de época, una casa de putas, seres que buscan los secretos del pasado y seres que se buscan a sí mismos: algunos de ellos victimarios y todos, sin excepción, víctimas de sus decisiones, es decir, de sus errores. La mirada del perro es también una novela sobre la memoria, individual y colectiva, sobre el sentido trágico de la existencia y de cómo el karma encuentra tarde o temprano los cauces para pasarnos la minuta de nuestros desmanes, y con recargo. Las cuentas pendientes han de saldarse.
La mirada del perro es una novela de lenguaje conciso, con sillares bien escuadrados y varias vueltas de tuerca que pillarán al lector con el pie cambiado. Como decía Hume: cierta perplejidad es ingrediente insoslayable para el disfrute de un buen producto literario; sea pues y que no falte. La historia comienza con una conversación casual entre un extraño cliente de última hora y un camarero en un bar de copas de Santander. Este hecho, aparentemente inocuo, prende una mecha cuyo cabo se encuentra muchos años atrás; y es que a veces encuentros aparentemente triviales desembocan en asuntos tremendos: todo es cuestión de que haya suficiente pólvora acumulada y las parcas anden al quite. En general, los personajes de la novela se parecen al perro de Goya: van mirando, atónitos, hacia un lugar que vagamente pueden discernir, semihundidos en un piélago de acontecimientos que los desbordan, en los cuales son a la vez parte activa y, en cierto modo, espectadores, como quien asiste a la revelación del propio destino. Quienes gusten del género y gusten de los enrevesamientos psicológicos, disfrutarán de esta novela con la cual, Pedro, su autor, muestra sus credenciales en el mundo de la prosa; y quien se haga el sueco será por dolo que no por inadvertencia.
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