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El bocado más apetitoso para el mal es la inocencia.



Jaime Pérez de Sevilla Bautista. Con esta onomástica es punto casi obligatorio escribir una buena novela, y Jaime cumple con la concordancia trayéndonos a la mesa Sucedió en Benahambra, un thriller de más de cuatrocientas páginas que corre fácil y se hace corto, ambientado en una pequeña localidad de la costa andaluza cuya tranquilidad se ve rota con la aparición del cadáver de un niño en la playa; rápido se infiere que este niño no ha muerto de forma accidental, sino que ha sido asesinado. Y lo peor de todo, parece que esta no es sino la primera pieza de una cadena de dominó que llegará hasta que el responsable sea puesto a buen recaudo: tras las rejas o en la tumba.

Sucedió en Benahambra, más allá del componente policiaco y ciertos toques costumbristas, explora hasta sus más fieros rincones la psicología humana; aquí el autor se calza los zapatos de Robert Ressler y nos muestra cómo se forman los monstruos de verdad que habitan entre nosotros, pasando a menudo desapercibidos (la alusión a Nietzsche, que aparece también en la obra crucial de Ressler es evidente), cómo se llega al abismo de la locura moral, qué resortes y frenos han saltado por los aires dentro de la mente del asesino: un espacio de fantasías mórbidas, de resentimientos, de heridas mal curadas, de un apetito desmedido por la destrucción. He aquí el perfilado de la psicopatía, su dibujo preciso que acota el campo de búsqueda.

Pero no solo la psicología en sus abismos de violencia queda reflejada en la obra de Jaime; hay también una psicología más cotidiana, diríamos que más normal, si es que esta palabra significa algo; la del ánimo de prevalecer, la de los celos, tanto sentimentales como laborales, la de la envidia soterrada que amarillea los comportamientos, también la del altruismo y la voluntad de servir a causas que bien lo merecen; pues de todo hay en la viña del Señor.

A la par que buscan una conclusión feliz al caso, los personajes pugnan con sus propios demonios, sus temores; el que ande suelto por Benahambra un asesino en serie pone las emociones de todos patas arriba y es piedra de toque para saber quién está en la vertical y quién, a poco que pinten bastos, se tambalea.

Benahambra es un microcosmos: en el centro hay un demiurgo maligno al que urge poner rostro; más allá, un pueblo que vive bajo una especie de cacicato político, eso sí, a lo moderno, con toda su prepotencia, sus abusos, su corruptela. Un pueblo que quiere celebrar su centenario y divertirse sin andar mirando por el rabillo del ojo dónde están los niños. Y tratando de poner luz en el drama, varios policías, de distintos cuerpos, jóvenes y no tan jóvenes, uno que gasta galones como si fuera un mariscal de campo, otro ya retirado y cuya fama, positiva, le precede, y también una mujer de armas tomar que no se arredra ante el ambiente testosterónico y los nervios a flor de piel.

El mal es un reguero de pólvora que va detonando por el camino en lugares impensables; hay pues víctimas colaterales en torno al hecho mayor. Alguien tiene un interés muy especial en los niños de Benahambra, no sabemos por qué, no sabemos en base a qué elige sus víctimas, lo que sí sabemos es que no parará. Una novela de intriga que no desmerece de otras con más cartel, una inmersión en los pozos enlodados de la psique humana, una buena novela: esta que ahora tenemos en las manos y cuya sola portada nos induce un escalofrío. Sí, todo ello sucedió en Benahambra. Y la culpa, no me malinterpreten, la tiene Jaime Pérez de Sevilla Bautista. Vaya con él el mérito y nuestra gratitud. Y ustedes, atenúen las luces, métanse en la cama y tomen su pequeña dosis de desasosiego entre las páginas de Sucedió en Benahambra; lo agradecerán, porque toda emoción rompe el tedio. Comiencen pues a sospechar.

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