top of page
Buscar

Un amor sublime a ritmo de fado

Cuesta muy poco esfuerzo darle la mano a Tula, o cogerla del brazo incluso, y dejar que nos pasee por la historia reciente de Portugal. Mientras, ella, con maestría y ligereza, va devanando el hilo de unas vidas que, de tan atrayentes, uno se descubre con sorpresa añorando que al final de la novela te desvele sonriendo que, en efecto, son reales en su profunda humanidad. Ese hombre de sentimientos nobles y constantes, esa mujer brava que va surcando las agitadas aguas que conforman su vida agarrada a la fortaleza insospechada de su propio corazón. Cinco cartas portuguesas es una historia de amor que encuentra un marco atractivo y evocador en la reciente historia de nuestro país vecino, que aun compartiendo península y sangre pasa desapercibido, como ese primo del pueblo al que apenas prestamos atención y que tiene tanto parecido con nosotros, pero que exhibe costumbres peculiares fruto de andar con los ingleses. Es de justicia que Tula haya escogido tan bello país y el recio marco del Atlántico para echar a rodar una historia de amor de esas que a veces intuimos en alguna pareja, de forma muy esporádica dada su extrema rareza, una conexión tan profunda entre dos seres que remueve los cimientos de la psique ajena a su paso como si fuera un terremoto, dejando un rastro de anhelo cuando no de envidia, ante la perspectiva de lo que debe ser el disfrute del amor a ese nivel de privilegio; esto ocurre con nuestros protagonistas y no siempre para su bien. Una historia que a quién no le gustaría vivir alguna vez en su vida, aunque fuese en contadas entregas y dosis reconcentradas, como lo hacen Pedro y María Paula, no importa si poniendo a riesgo el corazón, la salud y la vida entera, exprimiéndola hasta el tuétano con una copa de vinho verde en la mano, oyendo a una melancólica lisboeta quejarse en la penumbra de un bar de la Alfama de unos problemas que tú en ese preciso instante no tienes, mirando a los ojos a tu Pedro o a tu María Paula; ese misterio sublime del otro que nos abre todas las puertas.

Hay que agradecerle a Tula una hazaña al alcance de muy pocas, que es la maternidad no de un niño, sino de un hombre ya hecho y derecho, de un hombre bueno que inunda a su amada María Paula de un amor sin tacha y sin flaquezas a lo largo de la vida. Todas querríamos tener a un Pedro con nosotras hasta el final, hasta ese tiempo en el que ya nos cueste reconocer en nosotras mismas a la que fuimos pero que sigue ahí, lozana y pletórica, poderosa y fuerte cada vez que él nos mira a los ojos, y con ese gesto que ya conocemos nos dice, como Pedro, que ha vivido, y quizás nacido, para amarte hasta más allá del muro de la muerte, ya no tan oscuro.


ree

 
 
 

Comentarios


bottom of page