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"Escribo para no matar", Leticia dixit.




Las causas de la muerte es la obra más ambiciosa de Leticia Conti Falcone hasta la fecha, una obra con todas y cada una de sus señas de identidad, pero dotada de una estructura más compleja, más reflexiva, que toca en ocasiones las lindes de la metaliteratura. Aquí tenemos los vericuetos técnicos de la novela de investigación policial; los ambientes sórdidos y sudados de la novela negra: los apuntes de crítica sociológica en los márgenes, y no tan márgenes, del hilo literario, pues hay también en la obra de Leticia un punto de protesta contra ciertos abusos del poder: y lo que bajo mi punto de vista es su marca de la casa, su sello: la inmersión abismática en los mecanismos turbios de la psique hasta alcanzar a ver el detonador de las conductas aberrantes.


En efecto, Leticia tienta con su escritura los laberintos de la obsesión, el dolor, la culpa, el resentimiento, la necesidad de infligir sufrimiento y recibirlo. ¿Qué hay detrás de los ojos del violador, del asesino, del pederasta, a primera vista no muy diferentes a los de cualquier otro? ¿Qué percute esta pulsión mórbida de causar daño a la inocencia, y cuanta más inocencia más daño? Leticia se asoma a aquel abismo que mentase Nietzsche donde moran los monstruos, y con el peligro de que si uno se queda mucho tiempo mirando puede quedarse atrapado en ese magma oscuro y reconocer el propio rostro. Ese abismo de la pesadilla que Robert Ressler, uno de los creadores de la Unidad de Análisis de la Conducta del FBI, tomase como referencia para desarrollar sus libros, pioneros en lo que atañe a la construcción del perfil criminológico. Porque las causas de la muerte a las que aquí se alude no son, como puede inferirse, las físicas, sino los motivos que galvanizan la voluntad hacia la dirección más terrible. ¿De dónde vienen? ¿Cuál es su origen? Leticia pretende comprender esta causalidad interior, comprenderla, que no excusarla, pues el hombre es sus hechos y siempre hay un precio en ellos, un precio con el que hay que pechar, también en la conciencia. ¿Dónde empieza ese reguero de pólvora kármica que, en determinado momento, se lleva una o varias vidas por delante? Leticia trata de responder a esta pregunta. El mal suscita a la par que un intenso repudio, fascinación, porque qué esclusas se rompieron para que toda esa agua estancada se nos viniera encima, ¿cómo se forja ese círculo de negrura demoniaca, como un sortilegio que nos encadena a la destrucción propia y ajena? ¿Merece en ocasiones el criminal algún viso de compasión? ¿Es acaso él, también, una víctima? Y en ese caso, ¿de qué o de quién?


Las causas de la muerte, esta novela cuyas impresiones trasladamos al lector, se articula a través de diversas historias y dos niveles narrativos o planos de conciencia: el propiamente literario y el real. Hay pues una intersección continua entre ambos y, a la postre, todas las notas convergen en una misma partitura, pues un sentido profundo teje la urdimbre en la que las diversas tramas encajan como figuras de un brocado. Es esta una novela escrita con una prosa concisa, cortante, de cantero que escuadra un sillar con una precisión milimétrica. Es esta una novela dura y por lo tanto, profundamente humana, tanto en lo bello como en lo terrible. Me viene de nuevo a las mientes Nietzsche y esta cita: “Vivir y ser injusto son una y la misma cosa”. Lean Las causas de la muerte y entiendan que, tras cada risa, hay un dolor correspondiente.

 


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