La amistad, o el ancla ante el vendaval de la vida.
- La Torre del Editor
- 13 sept 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 sept 2024

Javier Herrero se estrena en el proscenio literario con una obra que evidencia una insólita madurez. Apartamento para cuatro es una de esas novelas cuajadas de cabo a rabo que dan muy poco margen, o ninguno, a la enmienda. Hay quien comienza en el piedemonte y sube poco a poco a la cumbre, hay también quien se queda atorado en alguna cárcava y nunca llega. Javier, a lo que parece, levitó sobre los escollos intermedios y se posó con toda naturalidad en la cima, cual heraldo de las musas. Poder ofrecer a cualquiera un libro sin sonrojo, con la convicción de que el material es de primera calidad y que el gustar más o menos es simplemente eso, un punto relativo al gusto y no a la calidad, es algo que, para un editor, no tiene precio. Esta es una obra que reúne las condiciones objetivas para ser un éxito editorial de los sonados; lo demás es asunto de las circunstancias y el azar, que a veces vienen de cara y otras parecen obstinados en hacernos la zancadilla. Cuando comenté la obra de Héctor Sánchez Minguillán, Francés hasta el final, dije que, tanto el uno como la otra me parecía que tenían el perfil para lucir sin desdoro en lo mejor del elenco Anagrama. Siguiendo este tipo de afinidades, Apartamento para cuatro sería una novela perfecta para Planeta, por poner un ejemplo, y en su plato principal, conste, no como relleno o guarnición. Tome nota pues, a quien corresponda.
Apartamento para cuatro es una novela de situación, cuyos desarrollos acontecen en lo mayor dentro de un piso en el cual toman refugio cuatro amigos: el propietario y tres exiliados por motivos diversos que van desde la disputa conyugal a la atonía creativa. Todos ellos tratan de recomponer sus vidas y enderezar el rumbo de un velero que navega a la bolina con el mástil roto, aplacarse las heridas con los recuerdos de la vieja amistad y la realidad indisputable de un nexo que resiste los envites del tiempo y las vicisitudes, un nexo en el cual recuperar el pulso a la vida y reverdecer. Hay fuego, cierto, pero también cenizas. Esta novela, con un humor irreverente y profuso, y mucha sátira social; muy español esto de usar un estilete para rasgar las ropas y poner ciertas verdades al desnudo, resulta divertida en extremo y aventar una buena retreta de carcajadas es cosa de rigor. Hay algo tierno a la par que cómico en ciertas actitudes de hombres ya talludos, tratando de resucitar un pasado que anda sin constante vital alguna; el mayor inconveniente para volver a ser lo que se fue es ya haberlo sido, pero el ser humano tiene este vicio de buscar ciertas cosas allí donde no puede encontrarlas; en los cementerios, Ustedes me entienden. La reedición de lo que una vez fue auténtico viene por lo común en forma de máscara. Aunque no la amistad, esta, siendo de buena ley, permanece incólume y siempre podemos volver a ella cuando las tornas nos vienen de punta. Es el caso de los protagonistas de esta novela, muy diferentes entre sí; y tanto mejor, porque así los unos hacen de contrapunto a los otros, y van capeando las dificultades sobrevenidas como buenamente pueden, pero siempre contando con el apoyo mutuo y tomando como centro de operaciones un apartamento que a veces parece un aquelarre, otras un departamento de elucubraciones filosóficas, otras el último fortín de una frontera asediada por los bárbaros, y otras un apartamento a secas, transido de esas cosas cotidianas que hilan los días con un basso continuo.
Dado que uno de los convivientes es escritor, o pretende serlo, pues su inspiración tiene menos consistencia que una bruma matutina, y por eso anda como anda, la novela presenta una serie de relatos y diálogos intercalados que funcionan bien como acotaciones sui generis, bien como un fenómeno de desdoblamiento o líneas en paralelo; este recurso, ciertamente no es nada nuevo, y qué pudiera serlo a estas alturas de la feria, pero da mucho juego a la lectura: a veces me recuerda a Pindarello.
Convivan pues, lo que su lectura dure, con Bruno, Tito, Yago y Javi. Cuatro hombres en apuros, cuatro hombres que aman y sufren, que yerran, a veces por descuido, otras con culpa manifiesta, y a veces sin quererlo aciertan. Hombres en reconstrucción que muestran el lado masculino, tan agreste como frágil, de un universo único donde la mujer suele ser el aliciente y destino de todo cuanto se hace. Uno de los protagonistas me trae a la cabeza la imagen pétrea del León de Lucerna, ¿saben cuál? Métanse en harina, es decir, en papel, y ya me contarán. Enhorabuena, Javier.
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