La nieve es el infierno blanco.
- La Torre del Editor
- 18 jul 2024
- 2 Min. de lectura

El infierno no tiene por qué ser un lugar de colores chillones, ígneo y tumultuoso. Alejandro Serrano nos lo demuestra sumergiéndonos en su novela, Blanco de Nieve, en un infierno cum laude, pero frío, quieto a la par que angustioso, donde las vaharadas del aliento suben al cielo gris como sahumerios de muerto, tan densas que pudieran cortarse. Pocas atmósferas tan claustrofóbicas y túrbidas como la que ha construido el autor: un ambiente vidrioso, inquietante, donde hay mucho que ocultar y nada puede darse por sentado. El libro exhala una angustia blanca, premonitoria, que cala en los huesos y lo atraviesa de parte a parte. Hay algo maligno en la nieve que cubre el bosque con su manto de soledad y silencio, algo oscuro en esas antiguas calles empedradas sobre las que los pasos retumban, algo transgresor de todo límite en ese valle tan bello como vertiginoso.
El bosque que rodea al pueblo: hogar de los monstruos, del instinto primigenio, de la barbarie invisible; tal vez en sus entrañas se halle la luz a tanto misterio. Pasado y presente se cruzan de continuo, como las serpientes del caduceo, en esta novela inmersiva, en la cual, la desaparición de una chica vuelve a poner en marcha un ciclo de destrucción que volverá a cobrarse su tributo de sufrimiento si alguien no devana, finalmente, la madeja. Pero tal vez no todas las intersecciones han de ser aciagas. Un juez y su hijo vuelven a pasar unos días al pueblo que abandonaron hace tiempo en circunstancias dolorosas. Pronto descubrirán que no todas las puertas quedaron cerradas cuando se fueron y que esta vez, la partida es a todo o nada. Nunca fue más cierto aquello de: pueblos pequeños, infiernos grandes. Pero aquí no estamos ante el pequeño infierno de los chismorreos y el vacío social, sino ante un infierno de verdad: abismático, envolvente, carente de compasión, ávido, donde parece que las piedras venerables se hayan tornado en altares de sacrificios cruentos. Muchos serán los secretos que afloren cuando se derrita la nieve; entonces los muertos podrán contar su verdad y los culpables, tal vez, serán abrasados por la luz del sol. Y la escorrentía de las montañas se llevará en tropel los viejos pecados y las cuentas saldadas. La sangre siempre tiene un precio y, donde más restalla es, sobre el Blanco de Nieve.
Que el autor se sienta orgulloso de ésta, su obra, thriller ambientado en Vielha, cabecera del Valle de Arán, y los lectores gusten de una historia en la que, más allá de la literatura, nunca querrían estar inmersos.
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