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Vuelve a caminar por Lisboa.

Antonio Casares fue un hombre de bien y un poeta de gran calibre, con una cultura vasta como un paisaje castellano y una sensibilidad poética que le permitía recoger con tamiz menudo el oro aluvial de la vida, haciendo gala de una maestría al alcance de muy pocos; en este sentido, creo que su prestigio como escritor raya por debajo de su valía. Espero que, allá donde se encuentre, tras las nubes, al otro lado de la Estigia o más allá de las estrellas, mire con buenos ojos la publicación de esta novela póstuma y sienta la admiración y gratitud de quien esto escribe. Ahora, Antonio, tal vez puedas ver la prenda del cosmos por el lado de las costuras, tomar la cifra a esos misterios que atravesaban de cabo a rabo tus escritos, puesto que para ti las preguntas que merecía la pena acometer eran aquellas que apuntaban a la raíz última de todo: qué hacemos aquí y cuál es el sentido de este teatro multitudinario en el que a menudo no sabemos cuál es nuestro papel.

 

El misterio de la tumba de Fernando Pessoa es una novela en la que se nos traslada en modo sintético el mundo de Antonio; el interior, que es donde se destilan las verdades y el que de verdad importa. Una obra, la que tenemos entre manos, que versa sobre un poeta icónico, para Antonio el más grande, y una ciudad, Lisboa, que es en sí misma una obra literaria de la mejor enjundia, mirando con una nostalgia salobre al horizonte de un mar infinito. Lisboa, con esa tristeza blanda de quien siente una pérdida que no puede nombrar, una anticipación de la ceniza, una esperanza del retorno. Tan metafísica como real. Pessoa y Lisboa, dos elementos acrisolados y fecundos como un mito, con los cuales Antonio desarrolla esta novela bellísima, salpicada con algunas escenas de amor tórrido contadas con una potencia lírica extraordinaria, corta en su extensión pero larga en su resonancia.

 

El misterio de la tumba de Fernando Pessoa tiene algo del surrealismo —La Lisboa del libro exhala a veces esa incongruencia enigmática de los cuadros de Chirico—; algo de la insolubilidad kafkiana; algo del teatro del absurdo, algo del existencialismo de Camus y sus nudos gordianos. El protagonista, Eugenio Etxebarría, que bien pudiera ser un alter ego de Antonio, nunca está al mando de las circunstancias; éstas, en su extrañeza, le desbordan, le hacen sentir que está pisando de continuo en suelo deslizante; emerge en el lector la sospecha de que, todo lo que parece sólido, tal vez sea en el fondo un decorado de cartón piedra y el destino una carta que un sayón se guarda en el cinto para ganarnos la partida. Hay una trama que vertebra la novela en torno a los heterónimos de Pessoa, cuya existencia, Eugenio estima como real; hipótesis que pretende refrendar con una investigación de campo en ese microcosmos lisboeta que parece un juego de pareidolia. Hay también intriga con un ligero barniz de novela negra, personajes estrambóticos que aparecen aquí y allá, como sombras de una sombra, un romance con sabor a sacrificio eucarístico y a fado, y la sensación omnipresente de que, en todo ello, hay algo que no cuadra, sacado de quicio, amenazante, de mal augurio. La novela tiene un punto de hermetismo, entendido en el sentido sapiencial. En esta línea, creo que, aparte de una lectura, llamémosla convencional o a la vista, se puede hacer una lectura alegórica de esta obra e interpretar Lisboa como un laberinto en el cual Eugenio ha de realizar un viaje iniciático partiendo del inframundo, como una especie de gnosis. Ciertos pasajes me recuerdan a Lawrence Durrell, otros a Jung, otros a Yeats. Y por encima de ellos, a ese hombre tímido que trabajaba para una casa comercial de A Baixa y del que pocos sospechaban que era un genio universal.

Antonio, en esta novela, convierte a Eugenio Echevarría, y por su conducto a él mismo, en otro heterónimo más del universo pessoano; un universo que, como el físico, admite un principio de expansión, sobre todo en la conciencia de aquellos receptores que, como Antonio, llevaron la obra del poeta portugués tan profundo que terminó por confundirse con el tuétano de la vida. Yo me declaro admirador tanto de Pessoa como de Antonio, y cierro estas líneas mientras brindo por ellos y destapo el arcano de la Estrella.



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